Hace unos años tuve la oportunidad de irme con una beca a Budapest, allí viví un mes y medio y me enamoré. De su gente, la forma de vida, su historia, el ambiente que se respira... Vivía en un estado de felicidad permanente. Por desgracia, mi sueño terminó y como no tengo ni la millonésima parte de la fortuna que tiene mi adorada Paris, tuve que volver a la cruda realidad y ponerme a trabajar. Desde entonces he estado planeando una escapada. Por fin, en diciembre vuelvo ¡yupi! y también visitaremos Cracovia. Así que estoy preparando toda ilusionada una de mis guías de viaje, que ahora que tengo ordenador e internés, me resultará más fácil y práctico.
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Pues mira, yo hace unos años tuve la oportunidad de irme a Alemania (no con una beca, sino con un maletón que, por cierto, me perdieron los de Iberia) y también me enamoré. No del país (que también, porque hay que decir que es "gonito, gonito"), y mucho menos de su gente, que guapos, lo que se dice guapos, no son... :-) Yo me enamoré de un tunito madrileño, morenito y saleroso, que se llevó mi corazón y mi morriña para la capital de esta España nuestra. Y como mi corazón y mi morriña le supieron a poco, acabó por llevarme a mí, y aquí me tenéis, felizmente recién casada, escribiendo en un blog que probablemente nadie leerá (yo también quiero un nombre glamuroso!!!!!!!!)
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