Un consejo: si quieres visitar el museo, hazlo antes de leer esto. Primero ve y luego, cuenta tu experiencia aquí.
Inaugurado el 24 de febrero de 2002, el museo es un monumento a aquellos que permanecieron encerrados, fueron torturados y/o asesinados en este edificio. Aquí, por primera vez en mi vida, se me pusieron los pelos de punta en un viaje. Te das cuenta de lo real
de la historia, de que toda esa gente que estás viendo era un pequeño granito de una gran montaña, pero no por ello era menos importante. Gente que ha sufrido algo que la muerte nunca podrá borrar y mucho menos, olvidar. En ese momento sabes que la Historia es de verdad como te la han contado, dura e incomprensible.Situada en un edificio con mucha historia, en una de las avenidas principales de la ciudad, la Casa del Terror está reformada con elementos modernos y lo último en museos: una audioguía en varios idiomas, pantallas de vídeo, colores estimulantes, decoración estremecedora… Por este renovado recinto han pasado el régimen comunista, los nazis y todos aquellos que han dejado una huella que el pueblo húngaro no pretende, ni quiere olvidar. Por ello, cualquier ciudadano te
recomienda una visita como una de las mejores cosas que hacer durante una estancia turística. Hay cosas que no deben ser nunca olvidadas, es de ahí de donde debemos aprender el futuro. Así que durante sucesivas estancias, cuyo recorrido es marcado por un único sentido, el de los años pasados, se van reproduciendo despachos de dictadores, salones llenos de propaganda política de la época, tenebrosas salas en las que se reproducen la voz e imágenes de discursos dictatoriales, muros con nombres de cada una de las víctimas, hasta llegar a lo que a mí más me impactó: un ascensor para descender a los bajos del edificio donde se reproducen las diferentes celdas de castigo utilizadas para provocar la locura y desesperación de los prisioneros; algunas tan estrechas y altas, que sólo era posible permanecer de pie durante días; algunas tan cuadradas que sólo podían permanecer agachados; otras llenas de agua hasta las rodillas; en algunas sólo se oía un goteo incesante que provocaba la más absoluta locura... Este ascensor que nos lleva a la que es una de las partes más duras del recorrido es como un respiro en el viaje, 
un "bueno, mientras bajo puedo recuperar fuerzas para continuar". Las puertas se cierran, te quedas a oscuras mientras desciendes lentamente, entonces aparece un hombre de unos 70 años, que podría haber sido el abuelo de cualquiera de nosotros. Habla en húngaro, pero los subtítulos en inglés intentan ayudarte a comprender lo que dice. No hace falta, habla el idioma de quien ha sufrido tanto, que ya no tiene fuerzas para continuar. Con la mirada perdida te cuenta cómo se los llevaron y... que todavía no puede comprender el porqué. A estas alturas de la visita, yo, que nunca he sido una sensible, no podía reprimir las lágrimas. No miento si digo que mientras escribo esto, todavía me emociono y siento parte del dolor que transmitía aquel abuelo, al que la época en la que le tocó vivir fue un infierno.
recomienda una visita como una de las mejores cosas que hacer durante una estancia turística. Hay cosas que no deben ser nunca olvidadas, es de ahí de donde debemos aprender el futuro. Así que durante sucesivas estancias, cuyo recorrido es marcado por un único sentido, el de los años pasados, se van reproduciendo despachos de dictadores, salones llenos de propaganda política de la época, tenebrosas salas en las que se reproducen la voz e imágenes de discursos dictatoriales, muros con nombres de cada una de las víctimas, hasta llegar a lo que a mí más me impactó: un ascensor para descender a los bajos del edificio donde se reproducen las diferentes celdas de castigo utilizadas para provocar la locura y desesperación de los prisioneros; algunas tan estrechas y altas, que sólo era posible permanecer de pie durante días; algunas tan cuadradas que sólo podían permanecer agachados; otras llenas de agua hasta las rodillas; en algunas sólo se oía un goteo incesante que provocaba la más absoluta locura... Este ascensor que nos lleva a la que es una de las partes más duras del recorrido es como un respiro en el viaje, 
un "bueno, mientras bajo puedo recuperar fuerzas para continuar". Las puertas se cierran, te quedas a oscuras mientras desciendes lentamente, entonces aparece un hombre de unos 70 años, que podría haber sido el abuelo de cualquiera de nosotros. Habla en húngaro, pero los subtítulos en inglés intentan ayudarte a comprender lo que dice. No hace falta, habla el idioma de quien ha sufrido tanto, que ya no tiene fuerzas para continuar. Con la mirada perdida te cuenta cómo se los llevaron y... que todavía no puede comprender el porqué. A estas alturas de la visita, yo, que nunca he sido una sensible, no podía reprimir las lágrimas. No miento si digo que mientras escribo esto, todavía me emociono y siento parte del dolor que transmitía aquel abuelo, al que la época en la que le tocó vivir fue un infierno.
En definitiva, es una visita obligada en una escapada a Budapest, la entrada no es muy barata, pero es dinero bien invertido y el museo merece la pena.
¿Cómo llegar?
1062 Budapest, Andrássy út 60.
Metro: Parada Oktogon (línea amarilla)
Tranvías: 4 y 6 hasta Oktogon
mapa del metro
Horarios de apertura:
De Martes a Viernes: 10 a 18 horas
Fines de semana: 10 a 19:30 horas
mapa del metro
Horarios de apertura:
De Martes a Viernes: 10 a 18 horas
Fines de semana: 10 a 19:30 horas
Precios:
Entrada general: 1500 HUF
Jubilados o Estudiantes (con tarjeta de estudiante Internacional o U.E.): 750 HUF
Para los visitantes extranjeros disponen de una audioguía (RECOMENDABLE) en inglés y alemán, con un coste extra de 1300 HUF.
Entrada general: 1500 HUF
Jubilados o Estudiantes (con tarjeta de estudiante Internacional o U.E.): 750 HUF
Para los visitantes extranjeros disponen de una audioguía (RECOMENDABLE) en inglés y alemán, con un coste extra de 1300 HUF.
Húngaros: gratis
Para saber más:
http://www.letraslibres.com/index.php?sec=8&art=10934
Web en húngaro e inglés.
Visitado en Noviembre 2003
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